La gran parte de las apariciones ocurren en el transcurso del primer año posterior a la muerte de un ser querido. Una hipótesis que se maneja actualmente sobre ciertos estados alterados de conciencia pueden interpretarse como fenómenos presuntamente sobrenaturales.
Si seguimos esta idea, podremos ver en estos casos momentos que se deben a un apagamiento de los estímulos externos y a la focalización sobre nosotros mismos, es decir, sentimos la actividad interior que se lleva a cabo en nuestro cerebro.
Por esta razón, muchas alucinaciones (apariciones espectrales con cierta luz, ingravidez y silencio) son universales.
Personas cuya cultura son muy diferentes son capaces de percibir estos estímulos porque se están viendo por dentro y a ese nivel todos los seres humanos son iguales.
¿Qué ocurriría si nuestra cultura diera por valida a las alucinaciones?
Entonces creeríamos en fantasmas. Una analogía nos permite comprender: cuando miramos el anochecer desde una ventana, miramos el interior de una habitación reflejado como si estuviera afuera. Si nuestra sociedad nos empujara a creerlo tendríamos la capacidad de pensar que el interior del cuarto existe realmente en el exterior.
Un dato parece dar credibilidad a esta teoría: la gran parte de las apariciones de fantasmas de dan durante el primer año luego del fallecimiento de un ser querido, es decir, cuando nuestra bioquímica todavía lo extraña. Quizás, entonces, sólo estamos observando nuestro propio dolor.
Imagen de alucinaciones