Antes de la Revolución Industrial, la mayoría de la gente vivía en pequeños pueblos dispersos, sirviéndose del agua que tenía más a mano, a menudo ésta contenía bacterias y virus dañinos, causantes de enfermedades como el tifus, el cólera y la diarrea. En los siglos XIX y XX se produjo un movimiento migratorio general del campo hacia las ciudades, donde se plantean grandes problemas de abastecimiento de agua. Las grandes ciudades consumen de un millón a cinco mil millones de litros de agua por día, y cada gota tiene que cumplir unas normas muy estrictas de pureza.
¿Qué tipo de agua es mejor?
Sin duda, la que no contenga impurezas para que se pueda beber. El agua de mar se puede convertir en agua dulce quitándole la sal, lo que se llama desalinizar. Este proceso se lleva acabo en una instalación especial. Uno de los métodos de desalinización consiste en hervir el agua y luego condensarla, con lo que se obtiene agua destila casi pura. Hay muchos otros métodos de desalinización, pero en casi todas las ciudades se busca agua dulce de un río o de un lago, pues resulta mucho más barata.
Antes se transportaba el agua por unos canales llamados acueductos. Algunos acueductos romanos, construidos hace 2.000 años, eran grandes estructuras con hasta tres hileras de arcos superpuestas para cruzar valles profundos: constituían un auténtico alarde de ingeniería de ese momento. Más tarde se empezaron a hacer conductos de aguas entubadas ahuecando laboriosamente troncos de árbol y empalmándolos con un ajuste exacto. En la actualidad, las cañerías son de acero, de arcilla cocida, de fibro cemento o de fibras asfaltadas.
El agua que se puede beber se llama potable. No se trata del agua destilada, pues seria muy cara su obtención, y además habría que agregarle algunas sustancias para que su sabor sea más agradable. En muchas partes las rocas desprenden sales naturales llamadas fluoruros que pasan al agua, el fluoruro contribuye a que la dentadura de los niños crezca fuerte y sana. En su ausencia o escasez, puede suplirse con una pequeña cantidad de flúor.
La composición exacta del agua varía de una parte del mundo a otra. Hay expertos que con solo probarlas ya saben de dónde procede el agua. Hasta en un país pequeño como Inglaterra se puede distinguir el agua de los llanos de Sussex con la de la de las alturas de Gales, de donde se abastece Birmingham.
El método más importante para purificar le agua es el del lecho filtrante. Se puede tratar de grandes estanques que pueden medir hasta un kilómetro de ancho, aunque están subdivididos en secciones con una cañería de entrada en la parte alta y otra de salida abajo. El fondo del estanque tiene una capa de grava y encima otra de aproximadamente un metro de espesor, de arena fina. Al principio el agua atraviesa sin dificultad la arena y el filtrado no es bueno, pero al cabo de un día más o menos, los granos de arena quedan envueltos por las materias que arrastran el agua, formando sedimento entre fibroso y limoso que une entre sí los granos e impide el paso de los gérmenes de las enfermedades.
Con el simple embalsamiento del agua en represas se consigue purificarla bastante por la acción del aire y del sol, pero para mayor seguridad, en casi todo el mundo se la añade cloro, que solo, es un gas venenoso y de mal sabor, por lo que se utiliza en cantidades mínimas. Finalmente, antes de distribuirlas a los consumidores, el agua se analiza para comprobar que no ofrece riesgos al beberla.
Los depuradores de agua son de fácil empleo doméstico, ya que se colocan simplemente a la salida del grifo y se regeneran a voluntad. Actúan disminuyendo la concentración de sales cálcicas. El agua potable debe ser límpida, incolora e inodora, debe dar con el jabón una espuma untuosa y sin grumos, tiene que ser pobre en materias orgánicas y en cloruros, no contener nitratos, nitritos, amoníaco ni microbios patógenos.
Fuente: Agua – Ciencia Visión
Imagen: sobreargentina.com