La mayoría de calendarios antiguos se basaban en los ciclos lunares, en el cambio de estaciones o en los movimientos del Sol; siendo el más antiguo calendario, el encontrado en Aberdeenshire, Escocia, tallado en un monumento mesolítico que data del ocho mil a.C., este calendario primitivo mide el tiempo a partir de las fases del Sol y de la Luna.
En las civilizaciones antiguas, la Luna era considerado un Dios sideral, objeto de culto, adoración y digno de ofrenda, tenía el poder de decidir sobre la noche y entregar el día, es por ello que fue popular para establecer controles de tiempo. Los calendarios lunares se emplearon con frecuencia, la transición entre un mes y otro la marcaba la órbita de la Luna: el cálculo se basaba en que la Luna complete una órbita y regrese a su fase inicial, transcurridos 12 meses lunares, se consideraba un año completo.
Calendario Egipcio
En el antiguo Egipto, los calendarios solares fueron más utilizados, estos medían el tiempo guiados por el movimiento del Sol y era considerado el calendario civil. El calendario egipcio es el primer calendario solar conocido de la Historia y aparece a principios del tercer milenio antes de Cristo en tiempos de Shepseskaf, el faraón de la IV dinastía. Por otra parte, el papiro Rhind arroja luces sobre el origen de este calendario, ya que menciona que estaba dividido en 12 meses de 30 días cada uno, organizados en tres periodos de 10 días, agregándose cinco días al final del último mes de cada año para completar el año solar. El novedoso y científicamente avanzado calendario egipcio permitía, entre otras cosas, medir las crecidas del río Nilo que como sabemos era de vital importancia para la economía del antiguo Egipto.
En periodo de hegemonía del Imperio romano, se empleo primero un calendario (tradicionalmente creado por Rómulo) basado en la fecha de la fundación de Roma como año uno, esto originó un calendario de diez meses lunares, de marzo a diciembre; el periodo muerto entre diciembre y marzo no estaba signado por ningún mes ya que dentro de él no se llavaban a cabo labores importantes, ni militares ni económicas pero que se dedicaba a labores religiosas. En suma el año, mediante este sistema, tenía 304 días, lo que obligaba a los Pontífices a intercalar un onceavo mes cada cierta cantidad de años para compensar el desajuste temporal.
En el año 46 a.C., Julio César, ordenó una reforma del calendario romano, con la ayuda de sacerdotes egipcios, ajustó el calendario al curso del Sol, es lo que conocemos hoy como calendario Juliano. Este calendario tenía los 365 días, divididos en 12 meses empezando en el mes de Enero en lugar de Marzo; de esta forma las estaciones estaciones y las fiestas romanas concordando con el momento astronómico al que correspondían. Para compensar el desajuste temporal, se agregaba un día cada cuatro años (lo que llamamos ahora año bisiesto).
Calendario Gregoriano
Estas reformas romanas se repartieron por todo el imperio, el calendario Juliano se difundió por toda Europa, Norte de Africa y la Britania; sin embargo no solucionó del todo el problema del control exacto del tiempo, generándose un retraso de 10 días en el calendario civil respecto al calendario astronómico. Para solucionar este problema, el Papa Gregorio XIII dictó, el 24 de febrero de 1582, la Bula “Inter Gravissimas”, por la que entró en vigencia el calendario gregoriano. La Bula papal establecía que el 4 de octubre de 1582 se daría un salto en el tiempo y se convertiría en el 15 de octubre de 1582 y se fijaba el año bisiesto cuando el año fuera múltiplo de cuatro. El calendario Gregoriano establecía en total 97 años bisiestos cada 400 años siendo adoptado inmediatamente en los países en los que la Iglesia Católica tenía influencia, mientras que los países protestantes, anglicanos y ortodoxos su uso fue postergado, aunque al final se adoptó por ser el más adecuado.
Hay que indicar que a pesar de los ajustes y de su exactitud, el Calendario Gregoriano tiene un desfase cada tres mil años, lo que implica una revisión del mismo.