En el artículo anterior te contamos como reacciona nuestro organismo ante la falta de este tan preciado líquido. Ahora nos preguntamos ¿Cuánto hay que beber?
La respuesta a este interrogante depende de varios factores, de nuestra composición corporal, de nuestro tamaño, de las condiciones climatológicas del lugar en que vivimos, de la cantidad de ejercicio que practiquemos y del sexo.
Para saber si tomamos suficiente cantidad de líquidos basta con mirar el aspecto de nuestra orina. Un color amarillo pálido indica una hidratación adecuada, mientras que orinar con mucha frecuencia, en pequeñas cantidades, con olor amarillo dorado o intenso y un olor fuerte, es una señal de que no estamos cubriendo los requerimientos de líquido.
El agua es la bebida por excelencia y la que mejor calmará nuestra sed. Casi todos los alimentos que comemos tienen cierta cantidad de agua que nuestro cuerpo puede usar. De hecho, una alimentación equilibrada aporta a lo largo del día entre 700 y 1.000 mililitros. También debes tener en cuenta que tomar agua antes, durante y después de las comidas no influye en su aporte calórico. Ni engorda ni adelgaza. Lo que ocurre es que con la bebida se diluyen los jugos gástricos, por lo que quienes padecen de digestiones difíciles deben evitar el consumos de bebidas durante o inmediatamente después de las comidas.
Es malo beber poco, ese es muy cierto, pero tampoco es recomendable excederse. En cantidades exageradas, el agua puede llegar a ser tóxica. Por lo general, si bebemos más de los que nuestro organismo necesita, el cuerpo reacciona aumentando la producción de orina para deshacerse de ese exceso, si la cantidad de líquido es tan grande que colapsa la capacidad del riñón. La concentración de sodio en el cuerpo comienza a diluirse, lo que provoca un desequilibrio electrolítico que puede resultar sumamente peligroso. Ésto se suele producir cuando los deportistas beben demasiado para combatir la deshidratación.
Durante el año 202 se realizó una investigación sobre 488 corredores de maratón y se supo que es mucho más peligroso beber demasiado líquido (agua o bebidas para deportistas) que no ingerir lo suficiente. Según aquella investigación 62 de 488 corredores habían sufrido serios desequilibrios de fluidos y sales luego del evento deportivo y 3 de ellos estuvieron realmente en peligro.
Más sed tenemos, más dolor sentimos: Esta premisa quedó demostrada en un estudio que realizó el Instituto Howard Florey de la Universidad de Melbourne (Australia). Mediante escáneres cerebrales se estudiaron los cambios de la actividad cerebral durante episodios inducidos de sed o dolor. Para ello midieron la circulación de la sangre en el cerebro de diez personas a quienes administraron inyecciones para estimular su sed y les presionaron el dedo pulgar para que les doliera. Mediante este proceso descubrieron que, por separado, el dolor y la sed estimulaban regiones superpuestas y cuando se daban de forma conjunta se activaban además, otras dos regiones, que podrían actuar como un centro de integración de ambos estímulos. Mientras que la sed potenciaba la sensibilidad al dolor (que es el problema sensorial más urgente) al contrario no se observaban relación.
Este estudio ayuda a clarificar como el cerebro gestiona las respuestas sensoriales rítmicas para la supervivencia, como el hambre, la sed o la temperatura.
Para más datos sobre el cuerpo humano y su relación con el agua te invitamos a leer el libro “Agua” de la Editorial Atlántida y la Revista Muy Interesante.
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